Consiste en la implantación de micropigmentos en la piel, de manera segura y sin ningún riesgo para la salud. En los años 80 estas técnicas se empezaron a realizar a partir del tatuaje, empleando material rudimentario para ello y tintas de tatuaje, denominándose por aquel entonces «maquillaje permanente».
Todos los pigmentos han pasado unas certificaciones sanitarias para su uso que recoge la agencia española de medicamentos y productos sanitarios, y poseen un número de registro que así lo acreditan. De esta forma se puede asegurar una durabilidad entre uno y cuatro años de estos pigmentos en la piel, dependiendo de la base en polvo que se use para formular dicho pigmento. Ello les confiere una degradación uniforme y sin cambios apreciables en el color.
La aparatología de última generación ofrece un movimiento preciso y delicado, para realizar cualquier tipo de movimiento, desde el trazo más fino imitando al grosor de un pelo, hasta difuminados más extensos como puede ser en areola mamaria.